Matt Elliott

Es posible que pocos músicos hayan entregado obras tan intensas como lo ha hecho Matt Elliott a lo largo de esta década. Desde que decidiera disolver The Third Eye Foundation, Matt ha ido abandonando el impulso electrónico y se ha refugiado en instrumentos analógicos, guitarras acústicas y pianos, y sobre todo ha comenzado a trabajar texturas vocales, enrareciendo las atmósferas y hurgando cada vez más en las heridas emocionales y en la angustia vital.

Os dejo aquí un texto que hace tiempo escribi(mos) en referencia al -para mi- mejor disco de esta decada.

Matt Elliott

The mess we made

Agitador de la escena de Bristol desde hace más de 10 años, bien colaborando con Flying Soucer Attack, bien liderando a los imprescindibles The Third Eye Foundation, Matt Elliott ha demostrado siempre su inquietud y su inconformismo musical, y ahora, cuando emprende su aventura en solitario, bueno, realmente en solitario ya era The Third Eye Foundation, digamos su aventura más personal, decide hacerlo echándole un pulso al piano, utilizandolo de manera casi exclusiva para facturar un álbum tan intenso que asusta, lanzandose a tumba abierta al abismo de las emociones, poniendo como único límite su propia vida.

Desolado y desolador, desgarrado y desgarrador, desde la primera nota de "Let us break" creando un ambiente enrarecido, con una voz arrastrada a la que le cuesta hacerse paso entre la bruma y la niebla y apenas unos ligeros arreglos que adornan lo justo la visceralidad que plasma Elliott desde la aparente presencia inofensiva del piano. Lejos se ven ahora los flirteos electrónicos de The Third Eye Foundation, apenas un intento melódico en "Also ran" y una escapada a ritmo de break beat en "The mess we made", el tema que da título al disco. Pero estos cambios de ritmo quedan en meras anécdotas, detalles que enriquecen un conjunto melancólico introspectivo y hasta terminal.

The mess we made son más de cincuenta minutos extremadamente compactos, homogeneos, en los que podríamos descatar la belleza (de)cadente de "Cotard's syndrome", o la oda marinera bañada de ron de "The sinking ship song", que da paso a "End" un instrumental que lejos de lo que pueda parecer, no pone fin al disco, si no que parece que remite a algo mucho más profundo emocionalmente, con un escalofriante efecto final... como si el viento soplase entre los sauces.

Haciendo gala de una insultante y provocadora pornografía emocional, Matt Elliott deja al descubierto temores, dudas y sentimientos, los suyos y los nuestros, y lo hace con un disco de intenciones minimalistas y resultados grandiosos y universales.